Paso mucho tiempo en la naturaleza. Tengo perros que pasear y un hijo con el que jugar y ocuparme. Pero, sinceramente, pasear por el bosque o contemplar la corriente del río es mi restablecimiento. Estar en la naturaleza para mí es como disfrutar de la compañía de un viejo amigo que gentilmente da momentos de pausa y ofrece la oportunidad de simplemente ser.
En los últimos paseos he notado los primeros signos de la primavera. La tierra huele como si se estuviera despertando. Pequeños brotes asoman ligeramente del suelo. Y hay una diferencia en el canto de los pájaros: ¿es esperanza lo que oigo en sus gorjeos acelerados?
Hace poco leí que una de las diferencias más significativas entre las culturas indígenas y la nuestra moderna es que la primera respeta a la naturaleza como a un anciano más viejo y sabio. Estas culturas ven la naturaleza como algo vivo, con una conciencia y una inteligencia iguales (o quizá superiores) a las nuestras. ¡Cómo cambia esto la naturaleza de la relación! Si la naturaleza es un ser y no una cosa, pasamos de ver el mundo natural como un conjunto de recursos dispares que hay que utilizar y controlar a una relación viva y dinámica que se cultiva mediante el intercambio de dones y gratitud.
En la fascinación de nuestra cultura moderna por el logro y el hacer, perdemos de vista una medicina poderosa: la medicina de la relación correcta. Pero siempre está ahí para nosotros, esperando pacientemente como una madre a que su hijo encuentre el camino a casa. La receta es tan sencilla como profunda: una experiencia sentida de conexión.
Ahora que la primavera está a punto de llegar y el mundo natural está saliendo del letargo invernal, ¿no sería maravilloso aprovechar esta oportunidad colectiva para conectar y recordar conscientemente? Yo me he propuesto eso. Todos podemos ser la medicina.